Una de más

Cuando lees manuales de historia de la ciencia ficción, llega el momento en que debes saber cuándo te estás tomando una de más.

Todos los manuales son exactamente iguales, ya sean recopilatorios o de un único autor. Siempre la historia es la misma: los clásicos hombres con sus excepciones mujeres y autores negros que confirman la regla, y después las nuevas olas protagonizadas por hombres, después por mujeres feministas seguidas de cerca por autores afroamericanos y ya como colofón autores neurodivergentes. Capitulo aparte merecen los malabarismos que algunos hacen para hablar de ciencia ficción rusa publicada a la vez que el mercado inglés vivía en plena la Guerra Fría.

Esa es la plantilla base para escribir una historia de la ciencia ficción. Y es una pena. Es una pena leer hasta la saciedad los mismos nombres con los mismos libros con los mismos topicazos. Doce páginas de Jules Verne por 2 de Ursula Le Guin. Y sí que es una pena que en pleno siglo XIX no sólo se mantenga esa división sino que no se le dé una patada y se deje de contar la historia como nos la han contado hasta ahora. Si necesitamos contarnos las cosas de otra forma, si necesitamos decirle al mundo que quizá su visión cipótica de cómo han ido las cosas no se ajusta a la realidad tanto como les gustaría, entonces necesitamos reescribir estos importantísimos manuales de historia de la ciencia ficción.

To survive,
Know the past.
Let it touch you.
Then let
The past
Go.

Parable of the Talents.

Octavia Butler

Basta ya de contar exclusivamente cuán difícil era publicar si no eras hombre y blanco y pongamos toda la carne en el asador: hablemos del valor de lo publicado porque eso y sólo eso es lo que cuenta, eso es lo que se leyó y creó las nuevas generaciones de autores. No se trata de despreciar la lucha y el coste personal de tantos autores que no tuvieron la oportunidad que otros tenían garantizada sino de revalorizar lo que sí se publicó. Las miles de páginas, de historias de cuentos, de relatos, de novelas que autores de todas razas y géneros sí publicaron.

Resume en un prefacio toda la palabrería clásica y ahonda en lo que se publicó, en su importancia, en sus nuevas visiones heterodoxas. No me vengas otra vez con que Clarke esto y lo otro y háblame de que en 1934 C.L. Moore publicó The Black God’s Kiss, que en 1958 Carol Helmswiller publicó Pelt y André Norton The Time Traders o que en 1988 Sheri S. Tepper escribió The Gate to Women’s Country.

Es necesario escribir sobre lo que sí se ha publicado derribando las trasnochadas clasificaciones a las que nos tienen acostumbrados porque sino la costumbre nos mantendrá en el olvido institucionalizado y este será otro aspecto perdido, uno de más.

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