Fluir

Parece que nos hemos atrapado en un falso dilema: lo estático versus lo dinámico. Como sociedad hemos caído en la trampa de querer tender hacia una monotonía, una rutina, un dictado sobrevenido que nos dice que tener los pies en la tierra es lo que debemos hacer. Pensar en asentarnos, en tener y poseer, en estar en un sitio permanente y dejar la sensación de aventura encerrada en las cuatro paredes de la juventud, como si fuera su sinónimo, como si no hubiera más vida activa que la vida de joven que, pasajera en sí, no es más que una fase que debe dejarse de lado al entrar en la verdadera vida, la de la posesión y el aburrimiento.

Creer que la juventud es posesión de los jóvenes y que los mayores pueden vivir a su aire y retomar la libertad puede ser cierto dados ciertos parámetros pero no es cierto en cuanto a la vida que se vive. ¿Cómo puedes negar que el aire que respiras es eterno? ¿cuántos ejemplos de vidas extraordinarias necesitas para darte cuenta de que lo único que tienen de extraordinario es que no son la tuya? Cambiamos los nombres de las mismas cosas una y otra vez y nos engañamos y corrompemos tantas veces como podemos.

Creer que fluyes cuando en realidad buscas realizar un objetivo predeterminado no es fluir, es un autoengaño que desemboca en frustración.

Se necesita estabilidad y seguridad pero creer que sólo cierta estabilidad, la oficial, la pretérita, la heredada es la estabilidad que existe es negarse a la propia vida. Resignarse a vivir una vida ajena y yerma de sumisión inconsciente. Despertar de ese engaño es fácil, tanto como despertar cada mañana y tomar posesión de la vida de uno, de tu esencia y presencia. De tus metas y sensaciones.

Lo cierto es que la vida es un fluir, un rio, un ir desde un indefinido principio a un eterno futuro, la vida es un reloj sin horas marcadas, una dirección, una señal, un poema y una batalla. Las plantas no paran de crecer, la lluvia cae sin final, el aire surca los cielos, el planeta gira y gira, los animales nacemos y morimos, reímos y lloramos en un espacio infinitamente desconocido. Esa es la única certeza que podemos permitirnos: la de los hechos consumados. Esa debería ser nuestra seguridad y nuestro norte y para ello es necesario cambiar el suelo, la tierra, lo sólido por lo fluido: en el agua jamás caemos, jamás perdemos el equilibrio; en el agua flotas y derivas, fluyes y permaneces. Esa maravilla, darse cuenta de que la vida no es estar sino pasar, fluir, vivir es el punto de inflexión que puede convertirte en aquello que deseas ser.

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